segunda-feira, 21 de fevereiro de 2011

Mi Vida Después, de Lola Arias, no La Carpintería (Buenos Aires, ARG)


Argentina. En el nombre del padre y del hijo


La obra “Mi vida después”, de Lola Arias, construida a base de testimonios reales, permite pensar sobre el legado entre padres e hijos en la generación nacida durante el último período dictatorial.

Finalizada la dictadura, las organizaciones creadas por las víctimas del terrorismo de Estado asumieron una forma familiar. Madres, abuelas, familiares, hijos y hermanos de desaparecidos construyeron una suerte de monopolio de la memoria y el dolor. Sólo aquellos vinculados por sangre a los ausentes tendrían autoridad para reclamar justicia. ¿Pero acaso la dictadura sólo dejó víctimas consanguíneas? Mi vida después , la recién reestrenada obra de Lola Arias, propone algo distinto. Muestra cómo la experiencia de pérdida permitió la construcción de nuevos lazos que transcienden los familiares. Lejos de desestimar el dolor de los “directamente afectados”, su lectura busca ampliar las resonancias del trauma más allá de quienes se entienden como las “verdaderas” víctimas de la violencia de Estado.

Arias pone en escena las vidas de seis jóvenes nacidos entre 1972 y 1983. Todos ellos actores profesionales. La obra se basa en sus testimonios, sus experiencias reales. Muestran fotos de sus padres, leen sus cartas, usan su ropa y hasta actúan sus muertes. Al inicio, una lluvia de ropa cae desde techo hasta un escenario vacío. Liza Casullo, hija del intelectual Nicolás Casullo, fallecido durante los ensayos, cae sobre la pila de ropa. Elige un par de jeans , se lo prueba y dice: “Cuando tenía 7 años me ponía la ropa de mi madre e iba por la casa pisándome el vestido como una reina en miniatura. Veinte años después encuentro un pantalón Lee de los 70 de mi madre que es exactamente de mi medida. Me pongo el pantalón y empiezo a caminar hacia el pasado”. La premisa es tan simple como lúdica y espectral: ponerse la ropa de los padres para actuar sus vidas pasadas. A partir de entonces, los recuerdos de infancia, los sueños y secretos familiares llevan al público hacia atrás y hacia adelante, del pasado al presente y también al futuro. Como si fuera una película de ciencia ficción, los actores se visten como corredores de autos, sacerdotes, guerrilleros y empleados de banco para devenir en dobles de riesgo de sus padres. Una extraña dislocación temporal tiene lugar en el escenario. Los actores no encarnan las vidas de sus padres –¿cómo podrían?–, sino sus propias y ambivalentes versiones de aquéllas. El pasado es convocado para interrogar el presente “en un instante de peligro”, en un sentido benjaminiano, pero hay algo que nunca encaja...

Mi vida...

opera a través de objetos heredados: fotos familiares, videos y grabaciones caseras, cartas, libros, una tortuga. No son restos individuales, sino tesoros políticos, culturales.

Souvenirs del tiempo. “Este es el Bugatti 35C que papá me regaló cuando tenía tres años”, dice Mariano Speratti frente a un autito de colección proyectado en el escenario. Su padre trabajaba en un taller mecánico donde se ocultaban armas. En el 76 fue secuestrado. Una de las pocas cosas que le quedaron a Mariano es un viejo grabador de cinta: “La grabación que más me gusta es una donde dice mi nombre”. Mariano tiene un hijo de 4 años, Moreno, que también está en el escenario. Una voz viaja en el tiempo reuniendo tres generaciones. “Mariano, Mariano”, se oye. Moreno juega.

Vanina Falco muestra una foto sacada en 1980. Dice: “Yo y mi hermano abrazados. El es la persona que más quiero en mi familia (…) Hace 5 años nos enteramos de que no somos hermanos de sangre”. Vanina descubrió que su padre no era vendedor de remedios, sino un oficial que trabajaba en el servicio de inteligencia que se había apropiado de un bebé nacido en la ESMA, hijo de una pareja de militantes desaparecidos. Cuando Juan Cabandié, hoy legislador porteño, descubrió que su identidad había sido falsificada, llevó a Luis Falco a la corte. Vanina dice: “Toda mi vida se transformó en una ficción. Mi madre no es la madre de mi hermano, mi hermano no es mi hermano y mi padre tiene muchas caras”. Pese a todo, Vanina y Juan siguen sintiéndose hermanos.

Mi vida...

no sólo incluye historias dramáticas. Pablo Lugones es el hijo mellizo de un empleado bancario con apellido ilustre. Cuando se calza las botas de su abuelo baila un malambo capaz de convocar a todo su linaje. Blas Arrese Igor es hijo de un ex cura decidido a repoblar el mundo y dueño de una tortuga con poderes proféticos. Las historias de los que no fueron directamente afectados por la violencia se entrelazan con las otras y ayudan a dilucidar hasta qué punto las resonancias del trauma pueden ser procesadas de manera colectiva. Lola Arias no tiene familiares desaparecidos. “Muchos periodistas me preguntaron por qué quería contar esta historia; como si sólo los hijos de las víctimas pudieran hablar de estos temas. Nací en 1976 y toda mi infancia estuvo marcada por la violencia, ¿cómo no iba a afectarme?”.

Mi vida...

cuestiona el marco biológico que establece quién tiene la legitimidad del recuerdo y reclama el derecho de aquellos que no suelen ser considerados víctimas. Sugiere una política del duelo donde la experiencia de pérdida no es limitada por las fronteras familiares, sino que se abre a pertenencias más amplias.

La investigadora Marianne Hirsch concibió la noción de “post-memoria” para abordar las experiencias de la segunda generación de sobrevivientes, aquellos que no fueron testigos directos de episodios traumáticos. Sostiene que los descendientes conectan profundamente con las remembranzas de la generación anterior que estas experiencias parecen constituir recuerdos en sí mismos. Sin embargo, para las segundas generaciones, el pasado “no está realmente mediado por el recuerdo sino por una participación imaginativa, por proyección y creación”. Casi como en un cuento de hadas. Según Hirsch este mecanismo podría funcionar como estrategia perfecta para que las nuevas generaciones reafirmen su propio carácter de víctima junto al de sus padres.

Mi vida...

lleva este principio a un extremo perturbador. Y lo revierte.

Carla Crespo habla de su padre, militante del ERP: “En mi vida escuché tantas versiones sobre la muerte de mi papá que es como si mi papá hubiera muerto varias veces, o no hubiera muerto nunca. Si la vida de mi padre fuera una pelicula, a mí me gustaría ser su doble de riesgo”. Las distintas versiones se reiteran en una serie alucinada en la que los actores terminan comprimiendo una fosa común en el cementerio de Avellaneda donde el padre de Carla pudo haber sido enterrado con otros 50 cuerpos sin manos. El testimonio de Carla se basa en los relatos transmitidos por la familia, sin embargo, la obra –como nuevo artefacto– cuestiona todo marco sanguíneo. Sobre el escenario no hay sólo una actriz contando un trágico episodio personal sino un grupo que colabora para construir esa historia al mismo tiempo que es asaltado por sus ecos y vibraciones. El foco podrá ser, alternativamente, la historia de Carla, Vanina, Mariano o cualquiera de los protagonistas, pero sobre el escenario hay todo un equipo de actores manipulando fotos, sobreinscribiendo imágenes, tomando prestados cuerpos para poner en acto recuerdos de otros; en definitiva, desdibujando los límites entre unos y otros. El humor, pero también las cámaras, pantallas, las imágenes alteradas en vivo y los vibrantes solos musicales funcionan como plataforma tecnológica exclusiva para las condiciones materiales de la nueva generación de actores. La producción de Arias sugiere que es posible lidiar con lo “abrumador” de manera colectiva y con una intensidad no victimizante que incluso delata ciertos placeres compartidos.

Hacia el final, el equipo se sienta en un sofá. Vanina tiene en sus manos el expediente del juicio a su padre. La disposición de los cuerpos recuerda a una escena familiar. Aun sin conexión de sangre entre los actores, ellos comparten un destino: ponen en acto una familia no biológica que desplaza el monopolio del sufrimiento y ayuda a concebir una idea alternativa de lo que supone ser afectado.

Mi vida...

cuestiona las nociones sanguíneas del estatuto de víctima y construye lazos y pertenencias alternativas hacia el futuro. Un dispositivo que no sólo involucra los cuerpos de los actores en escena, sino también los del público. Circula desde y fuera del escenario, sugiriendo otro modo de estar juntos después de la pérdida.

Em Mi vida después, seis atores nascidos no início das décadas de 1970 e 1980 reconstroem a juventude de seus pais a partir de fotos, cartas, fitas, roupas usadas, relatos e memórias apagadas. Um deles reconstitui versões da morte de seu pai, um revolucionário guerrilheiro do Exército Popular, enquanto outro tenta entender o que seu pai fez como oficial de inteligência. Um terceiro veste a batina de seu pai para representar a vida no seminário e outro volta a ouvir as fitas que seu pai, jornalista automotivo e ativista na Juventude Peronista, deixou. Um dos atores revive a vida de seu pai como funcionário de um banco que sofreu intervenção pelos militares e outro, por fim reúne as circunstâncias em que seus pais foram exilados da Argentina. O espetáculo se passa no limite entre realidade e ficção, promovendo o encontro entre duas gerações, o remake como uma forma de reviver o passado e mudar o futuro, a história recente da Argentina e a trajetória particular de cada ator.


Texto e direção: Lola Arias (a partir de material original e colaboração dos atores).

Atores: Blas Arresse Igor, Liza Casullo, Carla Crespo, Vanina Falco, Pablo Lugones, Mariano Speratti, Moreno Speratti da Cunha

Dramaturgia: Sofía Medici.

Música: Ulises Conti (com a colaboração de Liza Casullo y Lola Arias).

Coreografia: Luciana Acuña.

Cenários: Ariel Vacaro.

Iluminação: Gonzalo Córdova

Produção: Gustavo Kotik.

Vídeo: Marcos Medici.

Figurino: Jazmín Berakha.

Assessor de pesquisa: Gonzalo Aguilar.

Lola Arias é escritora, diretora de teatro, a atriz e compõe canções. Seus textos foram traduzidos para o Inglês, Francês e Alemão, e representados em diversos festivais internacionais. Desenvolveu projetos no teatro, literatura, música e artes visuais, todos eles discutindo a fronteira entre ficção e realidade. Entre eles, destacam-se a trilogia Striptease / Sueño con revólver / El amor es un francotirador ( Buenos Aires, 2007), Familienbande (Munique, 2009), That Enemy With In (Berlim, 2010) e a instalação Chácara Paraíso (São Paulo, 2007). Em suas obras, trabalha com os atores, artistas de outras áreas, pessoas de outras profissões, crianças, bebês e animais.

LA CARPINTERÍA

Jean Jaures 858

Capital Federal - Buenos Aires - Argentina

Teléfonos: 4961-5092

Web: http://www.lacarpinteriateatro.com.ar/

Entrada: $ 55,00 y $ 35,00 - Viernes - 20:30 hs - Hasta el 29/04/2011

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