terça-feira, 5 de outubro de 2010

Como Estar Juntos estreou no El Camarin de las Musas (Buenos Aires)


El desatino de tanto golpe


“Cómo estar juntos”, una obra de Diego Manso, con puesta de Luciano Suardi y un elenco de interpretaciones notables. El teatro como un cross a la mandíbula.

Por Susana Villalba / Clarín

OPRESIVO CUANDO TODO PARECE A PUNTO DE ESTALLAR Y SURGE EL HUMOR. UNA HISTORIA BIEN CONTADA EN “CÓMO ESTAR JUNTOS”.

Cómo estar juntos Cómo lograr esa unión de los azulejos que conforman un mosaico coherente, de varios en unidad: ser como un pueblo o una familia cuyas junturas fueran algo más que vacíos del tamaño de abismos. Esto se preguntan en Cómo estar juntos , la obra que, con texto de Diego Manso y dirección de Luciano Suardi, se acaba de estrenar en El camarín de las musas.

Hay quienes fueron devorados lentamente por el cáncer del exilio y el desarraigo y también por el regreso a una tierra que después de expulsarlos fue otra, no reconocible. Hay quienes quedándose tuvieron que adaptarse hasta la prostitución. Dos caras para la paternidad de una misma generación, incapaz de madurar en tierra arrasada; vástagos de niñez eterna en ese páramo posdictadura en el que sólo prosperaron el negocio de la muerte y un evangelismo de TV.

Lo interesante del texto de Diego Manso es que habla de todo esto, pero sin decirlo con todas estas especificaciones y sin dejar de ser además la narración de una historia particular. También, que muestra a cada uno de los personajes enfrascado en el propio discurso, cada uno tiene un modismo idiomático coherente con su personaje y totalmente diferente al de otro: el discurso comercial, el discurso poético, el evangelizador, el tanguero/mítico y una generación posterior que apenas balbucea, que es sólo cuerpo en bruto y no pudo generar una palabra realmente propia. Porque hay los que siempre ganan, los que además de enterrarte te lo cobran, los que nunca se harán responsables de sus violaciones.

Dicho así suena más programático de lo que la obra es. De hecho comienza como una comedia y no deja de tener sus toques casi hasta el final. El público empieza riendo con Silvia Baylé hasta que no sabe bien qué hacer con la inquietud que diestramente genera María Inés Sancerni. Luciano Suardi va administrando no sólo esos registros, también el ritmo, los momentos oportunos: un giro repentino y el que parece más inofensivo puede ser un mono con navaja, de pronto el público no sabe si levantarse de la silla, cerrar los ojos... Pero nuevamente nos salva lo farsesco, más grotesco aún, esa comedia con que habíamos tapado los platos rotos, la gente ríe a carcajadas con Maitina De Marco, bien secundada por Iván Moschner y Julián Villar. Hasta que otro giro muestra el lado oscuro de la risa y Marta Lubos, más genial que de costumbre, nos deja llorando y sin poder respirar. Tampoco la luz tiene piedad, Matías Sendon elige ir acompañando el crescendo de crudeza y desvelamiento. La escenografía de Oria Puppo da indicios de la precariedad con que cualquier hogar se desdibuja en cuanto damos dos pasos.

No es que la pasamos mal, la pasamos bien, mal, más o menos, a veces todo junto contradictoriamente, pero qué interesante cuando el teatro nos da un par de cross a la mandíbula. Por más que tratamos de charlar luego en el bar quedamos todos callados un rato, tratamos de bajar con un vaso de vino el nudo de la garganta, pero la obra no se nos evapora como alcohol apenas salir de la sala.

Al fin y al cabo, no hace falta discutir tanto acerca de qué es el teatro cuando resulta la fórmula: un buen director más un buen autor más actores sobresalientes más buenos diseñadores de luces, vestuario, escenografía. Y un público activo.

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